Es cierto que la Eyaculación Precoz (EP) se consideraba con anterioridad en función de criterios temporales. Según diferentes autores, desde uno, dos, cinco y siete minutos antes de tener lugar la eyaculación y una vez producida la penetración. También se consideraba como criterio el número de movimientos, o empujes en el coito, definiendo un número de empujes de forma arbitraria.
Sin embargo, más que cuantificar un tiempo o un número de movimientos, una de las pautas más sencillas para establecer la eyaculación precoz es la falta de control por parte del hombre para posponer su orgasmo (es decir, eyacular antes de que la persona lo desee).
El concepto
de eyaculación precoz es relativamente reciente. Aunque apareció ya en el siglo
XIX, fue con el “Informe Kinsey” en 1947 cuando se acuñó este concepto en la
clase media-alta norteamericana. Según el informe Kinsey, tres cuartas partes
de los hombres llegaban al orgasmo a los
dos minutos desde la penetración. Estos estudios serían la semilla de los
criterios temporales para establecer la EP. Curiosamente Kinsey nunca consideró
la EP como una disfunción.
Este punto
de vista es muy claro desde el punto de vista de la evolución: un hombre que
eyacule rápido, aumenta las posibilidades de perpetuar sus genes. De hecho, no
es extraño encontrar personas con edad que presumen precisamente de “lo rápidos
que eran cuando eran jóvenes”.
Después
llegó la definición de la pareja Masters y Johnson en 1970, donde la
eyaculación precoz está en función de que la pareja alcance el orgasmo en más
de la mitad de las veces en que la cópula tiene lugar. Si bien después de 43
años enseguida vislumbramos lo desacertado de esta definición, estos autores
logran muy oportunamente comprender la EP como un problema de pareja.
A partir de
1990, con el énfasis neurobiológico, la medicina explica el fenómeno en tres
principales campos: factores hereditarios, niveles de serotonina (que influye
en la latencia eyaculadora) e hipersensibilidad del pene a la excitación.
Actualmente
existen numerosas voces que despatologizan la EP, es decir, algunos expertos
indican que no se ha alcanzado aún una definición correcta y sólo se vería como
un problema si se produce de manera reiterada antes de la penetración. En otro
caso sería un inconveniente de pareja, pero no un trastorno.
Para entender
la evolución del concepto, tendríamos que considerar la perspectiva cultural. Desde
el marco de una gran represión sexual en la época Victoriana, donde no se
consideraba que existieran necesidades sexuales femeninas, hasta el
reconocimiento del placer de la mujer en la segunda mitad del siglo XX y todas
las repercusiones derivadas de ello: “no hay mujeres frígidas, sino hombres
inexpertos”.
La
equiparación del derecho al placer en ambos sexos es, sin duda, una mejora
global en las relaciones sexuales y de pareja. Sin embargo, para algunos
hombres, esto ha significado responsabilizarse, a veces en exceso, de la
satisfacción sexual de su pareja. Si a ello añadimos que muchos hombres piensan
que proveer de placer a la pareja debe de pasar necesariamente por “retardar su
tiempo de eyaculación” (sin entender que haya otras vías para satisfacer a su
pareja), existe una presión adicional que no mejora la situación.
La reflexión
con la que me gustaría terminar es que las preguntas más cercanas al problema
serían, por ejemplo, ¿eyaculas antes de desearlo? o ¿crees que no eres capaz de
tener un control voluntario para dejarte ir? ¿existe un problema en la pareja
por este motivo?. Y si las respuestas son afirmativas, no te etiquetes como
eyaculador precoz, sino como una persona que tiene una eyaculación rápida que no
es satisfactoria (para ti, para tu pareja o para ambos), pero para el que existe
un tratamiento eficaz, a corto y a largo plazo, además de otras alternativas.
Autora: Raquel Valdazo, Psicóloga Especialista en Terapia Sexual y Terapia de Parejas. E-mail: sentirescis@gmail.com; Tfno.: 633311168.
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